Torposa es uno de esos pueblos manchegos de quince casas que surgen sin motivo en mitad de la estepa. Que parecen haber nacido de la misma tierra y que están muy cerca de la ceniza y el polvo.
Torposa dejó de ser un pueblo anónimo para convertirse en un pueblo de renombre internacional a partir de la llegada de Serpentino Peláez, un hombre adinerado que quería alejarse de la ruidosa ciudad y acercarse a la tranquila decadencia rural, es decir, a Torposa. Pero Serpentino Peláez no fue quien hizo famoso al pueblo, no señor.
Las casas en Torposa están hechas de barro, mimbre y argamasa, decir que son simples es decir mucho. Pues el rico de Serpentino plantó un casoplón de los grandes en mitad del pueblo y la rodeó con una gran valla de barrotes para que los bravos toros de Torposa no pasasen.
La cuestión es que un buen día, Miriendano Solfeo, el mayor burro y bruto vecino de toda Torposa, iba caminando, perdido en sus pensamientos, por la senda que recorre la vera de la casa de Serpentino sin hacer mucho caso a nada. Cuando quiso darse cuenta, un rebaño de toros, bastante frecuentes en Torposa, se percató de su presencia y puso pezuñas en polvorosa por el ruin camino. Diose tal susto Miriendano al verlos que pegó un brinco, con la mala suerte de encajar la cabeza en la valla, hecho que marcó la vida de Miriendano y el futuro próximo de Torposa de forma determinante.
Pasaron horas hasta que Serpentino le vio. Se echó una buena carcajada y entró en su lujosa casa. ¡Jo! No vean lo bicho que era el Serpentino. Miriendano pasó allí la noche, y por la mañana se encontró un cubo lleno de alfalfa, tan burro era y tanta hambre tenía que no dejó migaja en el cubo.
Era tal la gracia que hacía aquella estampa, no sólo a Serpentino sino a todos los vecinos, que allí le dejaron. Le pusieron agua y alfalfa en cubo todas las mañanas, y cada vez que un hombre, mujer o niño pasaba, raro era que no se echase una buena risotada.
Serpentino corrió la voz con sus amigos de la ciudad, y ya saben cómo son las nuevas tecnologías. En una semana tenían allí una cámara y un periodista, echáronse también unas buenas risas, y al cabo de dos días ya era conocida la historia de Miriendano.
Mucha gente, intrigada por el suceso, fue al pueblo a conocer a aquel hombre. Al cabo de un mes ya había un buen mesón en el pueblo donde servían exquisitos filetes de toro, que el pobre Miriendano no fue capaz de probar, tan sólo cataba la alfalfa y el agua que le daba el herrero, elegido por designación popular para mantenerle. Poco tiempo después se construyó un hospedaje, que al parecer lo regentaba el mismísimo Dondiego Solfeo, hermano de Miriendano.
El negocio casi se va a pique cuando vinieron los de la protectora de animales creyendo que aquella zarrapastrosa criatura era una mula. Y al ver que no tenía hocico dedujeron que era un hombre, tras ese descubrimiento estallaron de risa. Y se fueron, pero antes se comieron un buen filete de toro y como era tarde pasaron la noche en el hostal de Dondiego.
La casa de Miriendano se declaró patrimonio histórico de la memoria de Torposa. Se hicieron visitas guiadas a su casa, a su pequeña huerta, acabando, cómo no, en el mismísimo Miriendano.
Los vecinos montaron negocios y Torposa creció como la espuma. Serpentino se frotaba las manos porque pronto empezó a cobrar por ver a Miriendano, alegando que como estaba enganchado en su valla algo tendría que sacar por ello.
Un año después el pobre Miriendano murió de un infarto al hígado, muy comunes en Torposa, por no poder ir al médico.
Este hecho se hizo eco entre las televisiones del mundo. La gente no quería verse involucrada en todo esto, por lo que abandonó Torposa. Y poco a poco todo volvió a la normalidad, todo el hierro de los negocios se vendió como chatarra y las casas volvieron a ser de barro, mimbre y argamasa. Torposa volvió a encontrarse más cerca del polvo y la ceniza.